Uno de mis conocidos sufre por
amor y me pide consejo. La naturaleza debió darme cara de confesionario de
iglesia porque a diario despacho los sosiegos de quienes me rodean, lo quiera o no. El tema es sencillo, primero están, luego no están y cuando ya no
están, quieren volver a estarlo. Yo lo veo claro, pero lo cierto es que le
llevo unos años de ventaja. Para ellos, su historia se asemeja a un guión de
telenovela, llena de enredos e intrigas, encuentros y desencuentros. A mí, en
realidad me parece un conflicto resultado de un exceso de idealización de las relaciones
personales y de los altos niveles de hormonas que se tienen a esas edades.
Tenemos a dos personas dando
vueltas alrededor de un edificio buscando la manera de entrar en él. A una de
ellas se le ocurre entrar por la ventana del tercer piso usando la escalera de
incendios, mientras que la otra, en un alarde de originalidad, decide alquilar
un helicóptero que la dejará en la azotea para después lanzarse abrazado a un
colchón por el patio de luces, a lo Jason Bourne. Pero una vez dentro, resulta
que no se encuentran y entonces, fruto otra brillatísima idea y llenos de incontenible emoción, deciden dejarse
mensajes cifrados para informarse mutuamente de sus respectivas posiciones,
hasta que uno de los dos encuentre apasionadamente al otro, o hasta que ambos sucumban
al aburrimiento. Y digo yo, ¿no habría sido más sencillo entrar a la
vez usando la puerta principal?
Pero resulta que en esto del amor, todos le hemos dado cientos de vueltas al edificio antes de aprender que es mejor y más sencillo usar esa puerta. Nos hemos devanado los sesos intentando adivinar el significado una mirada, o hacerlos casi explotar analizando las múltiples posibilidades de un mensaje de texto del tipo “Eres la persona que más me hace reir”. Hemos deseado llamar, pero al final optamos por contemplar un teléfono que no sonaba y felicitarnos por nuestra determinación. Que horrible manía esa de complicar en exceso las cosas y echar a perder el tiempo. Allí estábamos, dando vueltas y más vueltas en torno a la persona que teníamos justo delante cuando la dirección acertada era dar un paso al frente y decir, simplemente, “te quiero”.
Pero resulta que en esto del amor, todos le hemos dado cientos de vueltas al edificio antes de aprender que es mejor y más sencillo usar esa puerta. Nos hemos devanado los sesos intentando adivinar el significado una mirada, o hacerlos casi explotar analizando las múltiples posibilidades de un mensaje de texto del tipo “Eres la persona que más me hace reir”. Hemos deseado llamar, pero al final optamos por contemplar un teléfono que no sonaba y felicitarnos por nuestra determinación. Que horrible manía esa de complicar en exceso las cosas y echar a perder el tiempo. Allí estábamos, dando vueltas y más vueltas en torno a la persona que teníamos justo delante cuando la dirección acertada era dar un paso al frente y decir, simplemente, “te quiero”.