martes, 24 de enero de 2012

Un mosso latino en CSI Nueva York

La séptima temporada de la serie CSI Nueva York languidece y los guionistas flojean. En su último brainstorming, algún inspirado de flequillo a medio lado y gafas de pasta que decidió darse una vuelta por Barcelona durante sus vacaciones, planteó a los productores hacer referencia en el capítulo 12 a la exótica policía con la que allí se topó. Un toquecillo cultural para salir del pozo seco. Y entre exclamaciones de “Cool!” y “Brilliant!” se pusieron manos a la obra: que la glamurosa policía neoyorquina trabaje codo con codo con la variopinta policía española.

Como intento de originalidad podría alcanzar un notable, pero estos norteamericanos suspenden una vez más en el trabajo de documentación. No supone ningún problema gastarse el presupuesto en diseño de interiores, vestuario y vehículos. América funciona a lo grande y la serie CSI se convierte en un escaparate de lujo, belleza y poder. El espectador nunca perdonará que la policía de Miami no se desplace en los ostentosos Hummer, pero si les colamos tres cubanos que se hagan pasar por españoles ni lo notarán, tiempo y dinero que nos ahorramos. Y ahí nos colocan a un Héctor Vargas haciendo de mosso d’escuadra desplazado para investigar la muerte de su sobrino, a un Miguel Martínez haciendo de víctima y a su novia, Natalia Sánchez, haciendo gala de los mismos rasgos latinos que los anteriores. ¿Cómo no van a señalar Méjico en el mapa cada vez que se les pregunta por España? ¿Qué más da cubanos, mejicanos o españoles?
Yo me imagino al creativo anteriormente descrito intentando rizar el rizo, proponiendo añadir algo de atrezo a la víctima para recalcar sus raíces. Algo como un carnet de socio de algún equipo deportivo, colocado en la cartera que los CSI neoyorquinos examinarán en el escenario del crimen y que se verá en primer plano. Es entonces cuando recuerda en la suya una tarjeta de un restaurante español, que recientemente le han recomendado por su marmitako de atún, y decide llamar para documentarse de primera mano. El resultado es digno de ver en pantalla, el encargado cachondo del restaurante debió decirle: “¿Uno de Barcelona? ¡Del Athletic Club sin duda!”
http://www.vozbcn.com/2011/01/21/53344/mossos-esquadra-llegan-csi/

martes, 17 de enero de 2012

El Doctor Vallejo

Estoy resfriada. Me duelen la cabeza y las cuencas de los ojos, mi nariz sufre goteras y mis huesos pesan más que de costumbre. Tengo el cuerpo destemplado, impaciente por estornudar como protesta ante el más ligero cambio de temperatura a su alrededor. No tengo una infección terminal pero estoy muy molesta, tolero los síntomas pero me sobrepasa que precisamente en un día como hoy, en un momento como éste, tenga que salir forzosamente a la calle bajo una desapacible lluvia acompañada de vendaval.
Mala suerte, Ley de Murphy, o mala follá, que diría un andaluz. Siempre que mi organismo me da la patada lo hace en el peor momento. Decide que sea un día festivo, sin una farmacia en las inmediaciones y con los ambulatorios cerrados, o bien uno de esos en los que la meteorología juega en tu contra y no puedes permanecer en casa. Atrás quedaron aquellos años en los que ponerme enferma significaba disfrutar de una semana de permiso escolar al calor de las mantas, gozar de plena atención en mi casa, zumo de naranja recién exprimido cada tres horas y la visita de alguna compañera de E.G.B., la siguiente que se pondría enferma, que me explicaba los deberes mientras las madres se tomaban un café. Todo se curaba con Ardine y al terminar el proceso gripal medía un centímetro y medio más. Casi todo ventajas porque el único inconveniente era la visita al médico. Aún con cuarenta de fiebre y mareada, había que salir a la calle. Mi madre me forraba de prendas de abrigo cual maleta de aeropuerto, como si temiera que además de coger frío fuera a golpearme, y disfrazada de pelota me llevaba, por una sucesión de calles que a mí se me antojaban interminables, hasta la consulta del Doctor Vallejo. Mi querido Vallejo, un sesentón canoso, bajo y corto de vista, con gafas de cristales amarillentos, sin paciencia para los infantes, que te hundía un palo plano de pino hasta el fondo de la garganta mientras te pedía que dijeras “Aaaaa” cuando a mí solo me salía un “Arggg” mal articulado que más bien era una arcada. Pero me recetaba el Ardine, llevándose con seguridad una buena comisión de algún visitador médico, y eso significaba que ya podía volver de nuevo a mi condición de princesa bajo las mantas.
Ahora sencillamente no voy al médico, porque tras la jubilación del Doctor Vallejo llegó el joven Doctor Morán cuyas visitas resultaban desmoralizadoras. No comulgaba con ningún medicamento y siempre decía: “Dele paracetamol si le sube la fiebre y que tome mucho líquido”. Aquel fue el fin de los sobres de medicina con sabor a naranja y el jarabe para la tos. Desde entonces recuerdo su fórmula y me mantengo a base de infusiones. Tomillo, romero y eucalipto. Descubrí que tanto resfriado como gripe siguen siempre el mismo proceso, poco o nada con que combatirlo, es algo por lo que hay que pasar y punto. Y como hoy toca pasarlo fuera de casa, tendré que abrigarme con sentido común porque espero de corazón no parecer una pelota.