jueves, 19 de mayo de 2011

La Indignación como enfermedad social

Emocionadamente preocupada. Ese es mi estado. Asisto con los ojos como platos a un fenómeno, el llamado 15-M, que pone de manifiesto una nueva enfermedad social de la que, el pasado 18 de Abril en este blog, ya os describía sus síntomas. Descontento con los partidos y con sus líderes. Impopularidad de la política entre los jóvenes cimientos sociales. Mentes mediocres que palabrean sin sentido, con el único fin de  llenarse los bolsillos sin sudar demasiado la camisa. Y sobre todo indignación.
A la deriva. Mientras los líderes políticos se desgastan la sesera buscando los puntos flacos de sus rivales, para utilizarlos como puñales públicamente en el Congreso o en un plató de televisión. Mientras los partidos lavan sus trapos sucios en los juzgados y rebuscan en el cubo del vecino algo que se parezca a sus propios deshechos con el fin de equiparar culpas. Mientras elaboran los presupuestos de sus campañas y debaten con sus agencias de publicidad qué tipo de ropa conectará mejor con el ciudadano. Mientras saturan su calendario de actos públicos e inauguraciones exprés en edificios cubiertos de andamios, para no dejar pasar la oportunidad de apuntarse unos tantos antes de las elecciones.  Mientras tanto, la gente de mente inquieta, las conciencias despiertas, los consumidores de la sociedad de bienestar inconformistas, se preguntan indignados ¿por qué no se dedican a trabajar por el ciudadano?
Olvidados. La clase política vive en su atmósfera presurizada ajena al pueblo, centrada en la prensa, en los efectos mediáticos de sus apariciones públicas. Conviene saber si en último mitin se agitaron correcta y sincronizadamente las banderas, si la foto con el niño o la anciana de turno aparece en portada. Entretanto, el espíritu de los que se incorporan a la vida real, la nueva plantilla de emancipados, se desgasta. Se diluye. ¿Quiénes son estos personajes azules, rojos y verdes, y qué hacen por nosotros? ¿Y si en realidad nos sentimos naranjas, morados o negros?
Indignados. Hessel nos inspira, aunque se diga que leer no está de moda. Buscamos más allá de nuestras fronteras para encontrar consuelo ante la enfermedad de la indignación y oímos voces que conectan con nuestro pensamiento. Y para sorpresa de los seres distraídos, zombies sociales, los enfermos se comunican, se agrupan y salen a la calle para exigir con determinación una cura. Nuestro sistema sanitario está obsoleto, no funciona. La gente está cansada de acudir a la consulta para salir siempre con la misma receta, cansada de ser tratada como un número en las listas de espera, cansada de tener que elegir un médico entre una plantilla de incompetentes. Queremos un cambio en la gestión, en los métodos y en la selección del personal en cuyas manos ponemos nuestras vidas.
Porque, ante todo, creemos en la Medicina.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Jóvenes promesas

“¡Ey, chicas! ¿Os echamos una carrerita?”. Hace una tarde de abril estupenda y circulo en mi bicicleta por el Parque Europa en ropa de deporte. A dos metros, por delante de mí, una pareja de chicas con sus bicicletas de montaña también ha pensado disfrutar del sol. Van perfectamente equipadas y parece que planean sudar la tarde. Giro la cabeza hacia el origen del grito y lo que observo me desconcierta. Una pareja de jóvenes policías locales, apostados con sus motos en el borde del camino, nos observa bajo sus gafas de sol y de brazos cruzados. Miro rápidamente a las dos muchachas, no devuelven el saludo y parecen igualmente sorprendidas, descolocadas. Pasamos de largo y allí se quedan aquellos dos, con aire chulesco, comentando el momento y descansando plácidamente sobre sus scooteres.
Continúo mi paseo con el tono de la frase rebotando de un lado a otro dentro de mi cabeza. No tenía ningún contenido ofensivo pero me ha resultado molesto. Molesto por encontrarme dos personas uniformadas en su turno de trabajo, representantes del orden y  de la seguridad ciudadana, al buscar al autor del comentario. Decepcionante. No es la primera vez que la actitud de la policía local me decepciona. Hoy ha sido en Torrejón de Ardoz, hace unos meses fue en Valdemoro. Me disponía a cruzar un paso de peatones cuando un coche patrulla con dos policías locales veinteañeros, ventanillas bajadas y música disco escapándose al exterior, se detuvo bruscamente para permitirme el paso. Ambos con gafas de sol, pelo de punta engominado y el conductor con el brazo izquierdo apoyado en el marco del cristal al tiempo que conduce. Sólo le falta un porro, recuerdo que pensé. Y es que he observado, durante los dos últimos años, que en Valdemoro ser policía local no les impide a la mayoría de los recién llegados al cuerpo lucir una actitud de gallito discotequero en el desarrollo de sus funciones. Ya sea regulando el tráfico en hora punta, sin quitarse las gafas del sol aunque el día esté nublado, o patrullando en coche por el pueblo como si se tratara de dos amigos que hubieran salido con el BMW de papá un sábado noche “a pillar cacho”. ¿Quién le puede tener respeto a este tipo de elementos? Yo se lo estoy perdiendo. Reconozco que en algún encuentro más de este tipo, con miradas insinuantes añadidas, me he sentido tentada a dedicarles un gesto de “métete este dedo por el culo”, como si de un par de niñatos poligoneros se tratase, teniendo finalmente que contar hasta tres para relajarme, recordar qué representan y aceptar que visten un uniforme que me veo obligada a respetar.
Terminé el paseo con mal sabor de boca. Me vino a la memoria el concursante de un programa de televisión, tatuado de muñecas hacia arriba, basto y con acento barriobajero que alardeaba ser policía local de Coslada. No podía dejar de repetirme: falta algún test en las pruebas de acceso que se les escapa.

sábado, 7 de mayo de 2011

Chismorreo

Acción de hacer comentarios indiscretos y no verificados. Sinónimo de cotilleo, murmuración, habladuría. El chismorreo forma parte de nuestras relaciones sociales y aunque goce de nobles detractores debido a las connotaciones peyorativas que popularmente arrastra, ser tachado de cotilla es sinónimo de ofensa, en realidad bien podría definirse como hábito inherente al ser humano.
Resulta que los estudiosos de la conducta humana han evaluado la frecuencia con que nuestras conversaciones se convierten en chismorreo y según sus conclusiones, podríamos calificarlo, a la par que el fútbol, como el deporte estrella de nuestros momentos de ocio. Robin Dunbar, antropólogo y biólogo evolucionista, afirma que el 65% de nuestras conversaciones se dedican al cotilleo, y pese al tópico, sin distinción entre sexos. No os sorprendáis, los estudios demuestran que el mismo porcentaje lo destinan tanto hombres como mujeres aunque con fines distintos. Mientras que ellos lo utilizan con fines prácticos, para la consecución de intereses particulares, ellas lo utilizan como instrumento socializador. El chismorreo le sirve a la mujer para cimentar, desarrollar y consolidar relaciones sociales.
Pese a nuestras creencias, los expertos afirman que el chismorreo tiene su razón natural de ser y grandes virtudes. Le sucede lo que al queso de Cabrales, ¿algo que huele tan mal puede ser bueno? Fijémonos en el interés que despierta la prensa rosa que utiliza el mundo divinity como fuente de cotilleo. Los personajes famosos son considerados parte de la élite social y se convierten en un recurso muy habitual sobre el que opinar. Tomamos como referencia a aquellos que pertenecen a un status social superior y queremos saber qué hacen, cómo viven, porqué sufren o de qué se alegran. Ese interés por saber de los que están por encima de nosotros en la pirámide se debe a que somos seres jerárquicos. Es un acto que responde a nuestra condición humana y curiosamente, de entre todo lo que pueda sucederles, nos interesa especialmente lo negativo porque nos permite aprender de ello con el fin de tratar de evitarlo en nuestras vidas. Dunbar también define el chismorreo como un sistema excelente para condenar al que se sale de las conductas sociales. Y como actividad que se desarrolla entre varios individuos que expresan su opinión, nos permite socializar, nos une y nos cohesiona como grupo.
También la Universidad de Michigan, Estados Unidos, saca conclusiones al respecto, y en un reciente estudio asegura que chismorrear ayuda a sentirse cerca de un amigo, lo que aumenta los niveles de progesterona, una hormona sexual que fluctúa con el ciclo menstrual y que contribuye a la formación de caracteres sexuales secundarios femeninos, ayudando así a la reducción de la ansiedad y el estrés. Científicamente, han comprobado que esta actividad de carácter íntimo entre mujeres tiene una función positiva en su comportamiento. Chismorrear, criticar y mantener una actitud crítica entre amigas estaba mal visto, sin embargo, el estudio deja claro que no sólo reduce el estrés y la ansiedad, sino que las convierte en mejores personas.
De tan profundos estudios, conviene extraer que el chismorreo es una actividad óptima para la mejora de las relaciones sociales y de carácter saludable. Quién lo hubiera pensado. En consecuencia, sería aconsejable implantarlo como hábito en nuestro estilo de vida, como el deporte y los yogures con fibra. Quizá no nos guste al principio pero los expertos lo recomiendan. En mi caso, he empezado por cotillear una media hora al día, tres veces por semana y espero, para principios de verano, haber conseguido dedicarle un par de horas todos los días. Deciros que ya me voy sintiendo mejor persona y que hago nuevas amistades cada vez que voy a la peluquería. Y como último apunte, saber que el secreto está en la constancia.
¡Ánimo y a darle a la lengua!