miércoles, 8 de junio de 2011

Café a media mañana

"Le repito que no sé qué ha pasado. Por el amor de Dios, si yo sólo pretendía tomarme mi café. ¿Qué hay de malo en querer tomarse un café a media mañana? Hay cuerpos que necesitan despertarse dos veces al día, una cuando suena el despertador y otra con el café a la hora del almuerzo. A mí no me vale con levantarme de la cama, abrir el grifo del lavabo y lavarme la cara con agua fría. No señor, eso es la mitad de mi puesta a punto. Con eso y una magdalena funciono hasta que llego a la oficina, saludo puerta por puerta y me pongo al día con las noticias. Para centrarme con los archivadores necesito ese café, a las diez y media, de lo contrario me pesa el trabajo. Pensar en lo que se me viene encima para el resto del día, y casi sin fuerzas, me produce una horrible sensación de mareo. No señor, una tiene que estar bien espabilada para rendir en su trabajo. Que yo no soy de esas que viven cómodamente a costa de sus impuestos, con el relax de una plaza para toda la vida. Que yo sé muy bien quien me paga y para quien trabajo, y me esfuerzo, vaya que sí, no lo dude, pero tengo que estar bien despierta y, claro, ya le digo qué es lo que necesito. ¿Ve estos brazos? Mire, mire. Toque hombre. Mire qué duros. Estos son brazos de mover los dichosos archivadores. En mi trabajo se necesita energía y eso me lo da el café. El café bien caliente y humeante de las diez y media, porque tiene que estar bien caliente para reconfortar el cuerpo como es debido. Y con eso ya puedo funcionar y estar moviendo archivadores toda la mañana. Paco, el conserje, siempre me dice que soy la mujer más enérgica que conoce, un auténtico vendaval. Me adula más de la cuenta, ¿sabe? Dice esas y otras muchas cosas  porque estoy segura de que siente algo por mí aunque parece que no se atreve a cortejarme, a mí no me gusta para nada, ya ve, bajito y con poco pelo, pero lo que dice sobre mi energía es tal y como se lo cuento. Es algo que sorprende a todo el mundo dada la edad que tengo, son muchos años poniéndole ganas a las tareas y siempre con la ayuda del café. Ya ve usted, casi treinta y cinco años, treinta y cuatro para ser exacta, acudiendo puntualmente a mis obligaciones y tomando mi café a media mañana en la misma cafetería. Y no entiendo a qué viene tanto alboroto por una taza rota. Esto…, Comisario, me dijo, ¿verdad?, pues como le decía, señor Comisario, que yo ya debería estar con mis archivadores en la oficina y no aquí perdiendo el tiempo porque le repito que no sé qué ha pasado. No tengo ni idea de porqué esa señorita se ha empeñado hoy en ponerme el café frío. Ya sé que es nueva y que tendrá que aprender a hacer correctamente su trabajo como todos los demás, pero es que la diferencia entre frío y caliente ya se nos enseña en el colegio. Y caliente es caliente, no templado, ni tirando a caliente que es lo mismo que decir frío. En la escuela el maestro le hubiera dado un buen capirotazo ante tanta ignorancia, por lo tanto, que yo le haya dado con la taza en la cabeza no es algo muy distinto. Y sangre, lo que se dice sangre tampoco he visto, porque yo he dejado el euro con cuarenta del café en la barra como todos los días y me he vuelto a mis obligaciones. Y le digo por cuarta vez que no entiendo dónde está el problema."