miércoles, 10 de abril de 2013

De la pupila al pimiento

Una persona de mi pasado laboral me acusó varias veces de mentir. Por aquel entonces, su opinión me importaba tanto como el mejor acompañamiento de un buen filete de lomo: tres pimientos. Pero el problema fue su enorme e insistente convencimiento de que mentía sistemáticamente cada vez que teníamos una conversación y yo no lograba averiguar de dónde procedía ese terco parecer.
 
Mi obsesiva intriga me llevó a leer un sinfín de libros, ensayos y artículos especializados en el tema, buscando reconocerme en las pautas que describían. Una postura concreta, un leve movimiento del labio superior de la boca o un ligero parpadeo en el transcurso una conversación pueden determinar, según las teorías de la comunicación no verbal y numerosos estudios en el campo de la psicología, si un sujeto X dobla los calcetines en forma de pelota en el cajón de su cómoda o si por el contrario los apila extendidos, dos a dos. La cantidad de información que se puede extraer de la simple observación de pequeños detalles en los individuos, dicen, es cuantiosa y fiable. Hay algunos expertos en la materia que afirman saber qué esconde una persona en lo más recóndito de su mente tras mantener una pequeña conversación, aunque el tema sea completamente ajeno a lo que se trata de averiguar y existen otros que se consideran verdaderos polígrafos humanos observando el porcentaje de humedad de la piel del sujeto ante una respuesta o el ángulo de inclinación de la línea que trazan los botones de su camisa. Admirable.
Cuando parecía que el misterio quedaría sin resolver, una última conversación zanjó mis dudas. “Lo veo en tus ojos”, me dijo inflando el pecho cual orgulloso pavo de corral. Atónita pero emocionada por poner fin a mi sosiego, pedí que me revelara el indicio que convertía involuntariamente en mentira cualquier cosa que saliese de mi boca y, como si se tratara de un maestro alquimista revelando ante el consejo de sabios la fórmula que convierte en oro hasta la panceta, me espetó: “Se te dilatan las pupilas”. La decepción fue mayúscula, menudo charlatán de mercado. Aquello no era un indicio de manual, al menos no en mí. Mis pupilas son gigantes de nacimiento y objeto de curiosidad de todos los oftalmólogos por los que voy pasando, como buena miope, hasta el punto de haberme preguntado en varias ocasiones si había sufrido algún accidente grave. Desde entonces, este tipo de análisis me importan otro par de pimientos pero después de haber aprendido tanto sobre la comunicación no verbal me divierte, como no llegaréis a imaginar, jugar al ratón y al gato con entendidos como éstos.

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