jueves, 22 de septiembre de 2011

Pastillas contra el dolor propio

Sucede de vez en cuando, como consecuencia de uno de esos mal planificados e inoportunos reveses de la vida, que nuestro estado de ánimo desciende en caída libre hasta sus niveles más bajos y dolorosos, dejando el cuerpo vacío de fuerzas como si un violento tornado lo hubiese agitado internamente. Toda su habitual energía evaporada por efecto de una gran desilusión, un terrible engaño o una imperdonable traición. Encontramos, si es que todavía se hallan sus restos entre tanta desolación, el corazón oprimido por el dolor. Un dolor tan agudo que en ocasiones se vuelve físico y se pueden notar sus punzadas en el pecho, lamentos de un corazón malherido pidiendo ayuda porque necesita de primeros auxilios para volver a ser el que era. Qué indefensos nos encontramos ante situaciones como ésta pero ¿cómo protegernos ante el sufrimiento? Hemos inventado lo inimaginable en temas de prevención, todos orientados al accidente físico pero ¿qué hay del accidente emocional?
Pastillas contra el dolor propio. Un remedio contra el sentir, un blindaje emocional que nos facilitara el salir al paso ante los contratiempos sentimentales. Nuestros corazones agradecerían una nueva rama de la Ciencia que mostrara algo de compasión hacia ellos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

De mayor no quiero ser nada

“De mayor no quiero ser nada”. Ahí va eso, la opinión sincera de un adolescente de trece años. Verídica, actual y común entre las nuevas seseras emergentes. Recuerdo desde muy niña la típica pregunta de “¿Y tú qué quieres ser de mayor?”, una de tantas al estilo “A quién quieres más ¿a papá o a mamá?", pero que siempre tenía una respuesta, variable, pero la tenía.
Al principio quería ser doctora y me dibujaba vestida de blanco con una cruz roja en la cabeza, pero pronto descubrí que era incapaz de ver a mi madre limpiar el pescado así que tuve que cambiar de idea. Luego se me ocurrió ser peluquera, pero las conversaciones en temas de cotilleo no me salían con naturalidad y pasar demasiado tiempo rodeada de chicas terminaba por aburrirme. Por último, y a punto de terminar el colegio, decidí que quería trabajar sentada en un despacho y se me ocurrió que podría ser banquera. Con la llegada de la ESO y la diversificación de los bachilleratos, me surgieron nuevas dudas. Por un lado me atraían las artes, siempre se me había dado bien el dibujo y me sobraba imaginación; por el otro encontraba en las ciencias una puerta prometedora que me transmitía seguridad laboral en el futuro y quizá mejor sueldo a final de mes. Así que junté ambas cosas y opté por estudiar una carrera universitaria que reuniera ambas partes. Está claro que no acerté en mis primeras figuraciones, pero fui hilando pensamientos y desechando ideas hasta dar con lo que quería estudiar con el fin de poder ganarme el pan durante los próximos cuarenta años. A este dato hay que prestarle mucha atención, porque la vida laboral es demasiado larga como para no intentar siquiera elegir adecuadamente lo que uno desea ser con el fin de hacerla más amena.
Que alguien no tenga claro a qué se quiere dedicar, teniendo en cuenta la infinidad de perfiles profesionales que pueblan el mercado actual, me parece lógico y comprensible, pero que alguien responda con un absoluto vacío me parece realmente triste. ¿Puede alguien querer ser nada? ¿Tan alelados y vacíos de objetivos están nuestros colegiales que teniendo infinidad de profesiones a su alcance prefieren no pensar en el mañana? Me gustaría pensar que los adultos que les rodean se están olvidando de motivarles y guiarles en esa difícil elección, porque si los pocos que responden a la pregunta siguen haciéndolo con un “Famoso”, “Cantante” o “Gran Hermana”, nos encontraremos con disciplinas tan vitales como la Medicina ausentes de vocación y tendría que darle la razón a mi padre cuando dice: “Cuánto daño está haciendo la televisión”.