miércoles, 20 de febrero de 2013

Que me hagan los deberes

De los años de la universidad recuerdo a varios compañeros que, faltos de ganas o de capacidad para realizar algunos de los proyectos o prácticas que se nos exigían en ciertas asignaturas, recurrían a la compra de algún compañero que lo hacía por ellos. Lo único que les importaba era el título final y cómo conseguirlo era lo de menos.
 
Pagar a otros para que hagan lo que nosotros no sabemos hacer es lícito, es la base del comercio. Como no sé arreglar mi coche, contrato un servicio mecánico. Cuando no sé qué hacer con mi pelo, pago a una peluquera. Pero, ¿qué cara pondría mi jefe si le dijera que necesito contratar a alguien para que haga el trabajo que me fue asignado porque resulta que no sé hacerlo? Atónito diría, con absoluta seguridad y una lógica aplastante, que no soy la persona adecuada para ese puesto y me pondría en la calle antes de poder replicar que tan sólo realizaba un sondeo.
Pero resulta que en estos días aparecen en los medios numerosos cargos públicos del país que me recuerdan a mis antiguos compañeros. Son personas que fueron elegidas por la sociedad para desempeñar un trabajo de gestión y se les paga por ello, pero ante su incompetencia para hacerlo han comprado a otros para que lo hagan en su lugar. No saben gestionar el  sistema sanitario y deciden privatizarlo, no saben llevar las competencias de un Ministerio y contratan tropecientos asesores que les resuelvan el entuerto. Algunos, rizando el rizo, ni siquiera saben redactar sus propios discursos y se vuelven locos intentando descifrar ante las cámaras la letra de otros. Reconocen públicamente de esta manera ser unos inútiles y esto me preocupa porque se les está consintiendo conservar su trabajo. Y yo me pregunto, si no saben gestionar, ¿qué hacen en su puesto? La lógica en este país está fallando y en tiempos de crisis los inútiles, nos sobran.

domingo, 17 de febrero de 2013

Artistas de La Ribera

No es mi cumpleaños, no me han ascendido y ni mucho menos estreno casa, sin embargo, acabo de descorchar un Carramimbre crianza y brindado por todo lo alto porque la ocasión lo merece. Mi tierra está de enhorabuena. La Ribera del Duero rubrica largos años de trabajo constante y eficiente para llevar a lo más alto la calidad de sus caldos, dejando atrás la sombra que proyectaba sobre sus bodegas la noble y tradicional Denominación de Origen Rioja para cruzar fronteras y conquistar el Wine Star Award como Mejor Región Vinícola de 2012.
 
Me gusta el vino. Me gusta el calor que me envuelve cuando lo saboreo rodeada de amigos, degustando una buena carne a la brasa o de tapeo por las calles del casco viejo de mi ciudad. Me gusta visitar las grandes bodegas cuyos nombres hacen que tiemble el dinero de mis bolsillos, así como las pequeñas cuevas particulares que enterradas bajo tierra conservan prensas humildes y centenarias. Pero también me gusta mi tierra, y me enorgullece saber que mis paisanos castellanos, de espíritu conservador y raramente emprendedor, han creído en el oro líquido de nuestra ribera hasta el punto de lograr este reconocimiento internacional.
Brindo porque nuestro vino, de origen humilde, se haya vestido de gala con el saber hacer de los bodegueros, enólogos, responsables de marketing e I+D, y cómo no, de los apasionados diseñadores gráficos de la tierra, a muchos de los cuales tengo el gusto de conocer, que luchando a brazo partido contra la tradicional visión de los grandes señores del vino han logrado imponer su criterio profesional para potenciar la imagen de marca, haciendo del vino un producto de permanente actualidad y atemporal. Este gran éxito también es suyo.