miércoles, 20 de febrero de 2013

Que me hagan los deberes

De los años de la universidad recuerdo a varios compañeros que, faltos de ganas o de capacidad para realizar algunos de los proyectos o prácticas que se nos exigían en ciertas asignaturas, recurrían a la compra de algún compañero que lo hacía por ellos. Lo único que les importaba era el título final y cómo conseguirlo era lo de menos.
 
Pagar a otros para que hagan lo que nosotros no sabemos hacer es lícito, es la base del comercio. Como no sé arreglar mi coche, contrato un servicio mecánico. Cuando no sé qué hacer con mi pelo, pago a una peluquera. Pero, ¿qué cara pondría mi jefe si le dijera que necesito contratar a alguien para que haga el trabajo que me fue asignado porque resulta que no sé hacerlo? Atónito diría, con absoluta seguridad y una lógica aplastante, que no soy la persona adecuada para ese puesto y me pondría en la calle antes de poder replicar que tan sólo realizaba un sondeo.
Pero resulta que en estos días aparecen en los medios numerosos cargos públicos del país que me recuerdan a mis antiguos compañeros. Son personas que fueron elegidas por la sociedad para desempeñar un trabajo de gestión y se les paga por ello, pero ante su incompetencia para hacerlo han comprado a otros para que lo hagan en su lugar. No saben gestionar el  sistema sanitario y deciden privatizarlo, no saben llevar las competencias de un Ministerio y contratan tropecientos asesores que les resuelvan el entuerto. Algunos, rizando el rizo, ni siquiera saben redactar sus propios discursos y se vuelven locos intentando descifrar ante las cámaras la letra de otros. Reconocen públicamente de esta manera ser unos inútiles y esto me preocupa porque se les está consintiendo conservar su trabajo. Y yo me pregunto, si no saben gestionar, ¿qué hacen en su puesto? La lógica en este país está fallando y en tiempos de crisis los inútiles, nos sobran.

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