No es mi cumpleaños, no me han
ascendido y ni mucho menos estreno casa, sin embargo, acabo de descorchar un
Carramimbre crianza y brindado por todo lo alto porque la ocasión lo merece. Mi
tierra está de enhorabuena. La Ribera del Duero rubrica largos años de trabajo
constante y eficiente para llevar a lo más alto la calidad de sus caldos,
dejando atrás la sombra que proyectaba sobre sus bodegas la noble y tradicional
Denominación de Origen Rioja para cruzar fronteras y conquistar el Wine Star
Award como Mejor Región Vinícola de 2012.
Me gusta el vino. Me gusta el
calor que me envuelve cuando lo saboreo rodeada de amigos, degustando una buena
carne a la brasa o de tapeo por las calles del casco viejo de mi ciudad. Me
gusta visitar las grandes bodegas cuyos nombres hacen que tiemble el dinero de
mis bolsillos, así como las pequeñas cuevas particulares que enterradas bajo
tierra conservan prensas humildes y centenarias. Pero también me gusta mi
tierra, y me enorgullece saber que mis paisanos castellanos, de espíritu
conservador y raramente emprendedor, han creído en el oro líquido de nuestra
ribera hasta el punto de lograr este reconocimiento internacional.
Brindo porque nuestro vino, de
origen humilde, se haya vestido de gala con el saber hacer de los bodegueros, enólogos,
responsables de marketing e I+D, y cómo no, de los apasionados diseñadores
gráficos de la tierra, a muchos de los cuales tengo el gusto de conocer, que
luchando a brazo partido contra la tradicional visión de los grandes señores
del vino han logrado imponer su criterio profesional para potenciar la imagen
de marca, haciendo del vino un producto de permanente actualidad y atemporal. Este gran éxito también es suyo.
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