martes, 11 de octubre de 2011

Menuda basura de Luna

           Tantos años acumulados en las arrugas de su cara y terminaremos faltándola al respeto. Cuántos caprichos a su costa, admirarla cuando nos interesa mostrarnos bohemios, pasear bajo su luz en la búsqueda de una atmósfera romántica (y de bajo coste) con el que engatusar al otro o servirse de ella como excusa para dejarse llevar y cometer terribles crímenes en serie.

La Luna siempre nos ha acompañado solitaria y paciente desde nuestros torpes andares como hombres erectos hasta nuestros más firmes y calculados pasos. Miles de años velando por el ritmo de las mareas, el crecimiento de las siembras y el navegar de los más intrépidos. Creemos que ese ojo celeste, tan brillante que a los nuestros parece blanco, posee un aspecto inalterable y una naturaleza eterna. Que la Luna, nuestra Luna, fue, es y será como la hemos conocido siempre. Porque no debería ser de otra manera, ¿o sí?
El problema de nuestra Luna es que es un ser inerte, quiero decir que no sufre y por lo tanto no protesta. Y en este mundo, cuando algo no protesta, siempre hay alguien que termina por encontrarle una utilidad que sirva a sus intereses. Y lo que es más ético y le hace sentirse aún mejor a ese individuo es disfrazar su intención de beneficio colectivo, más noble aún si se amplía el beneficio a la Humanidad entera. ¿Quién no apoyaría su causa? ¿Quién se opondría a que las futuras toneladas de basura tóxica y radiactiva se trasladen al suelo lunar? Ya se oyen ciertos ecos, pero tranquilos, ya han pensado en todos los inconvenientes y por eso nos venderán con toda seguridad que, al menos, serán depositadas sobre la cara que no vemos.
Yo tengo también mi propia causa. Creo que mi Luna, porque considero que me pertenece, vuestra Luna, porque también os pertenece, se merece ser declarada Patrimonio de la Humanidad y de esta manera garantizar que continúe siendo ese ojo atento, a veces guiño, que vela por el tan a menudo torpe y des-evolucionado ser humano.

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