miércoles, 19 de octubre de 2011

Terneras deslocalizadas

Esta mañana fui de compras y me sentí bien por Grecia. Estuve en uno de esos centros outlet tan oportunos para bolsillos estrechos, uno bastante conocido en Madrid que parece el Parque Warner del shopping por su ubicación al aire libre y su arquitectura tematizada. Afortunadamente, éramos cuatro gatos mañaneros que no tenían nada mejor que hacer un día de diario y eso impidió que me agobiase dentro de las tiendas como de costumbre. El resultado fue la compra tranquila, pacífica y relajada de aquello que tan sólo unas horas antes no necesitaba, también como de costumbre. Al llegar a casa, y cumpliendo una vez más con lo habitual, coloqué las compras sobre la cama y evalué el resultado. Pese a haberme concedido algún capricho de más, tenía la sensación de haber hecho una buena compra. Artículos de calidad, buen precio, buen diseño y muy prácticos. Resultado general: satisfecha pero con puntos a mejorar.
Resultó que mientras doblaba una de las prendas, me llamó la atención su lugar de fabricación. Tan acostumbrada al made in China o Turquía impreso en las etiquetas de aquello que pagamos al 1000% de su coste de fabricación, me sorprendió ver un made in Greece. Y esas tres palabras escritas en tinta negra hicieron que esa compra supiera mejor. Me alegró saber que mi pequeño gasto en economía doméstica había repercutido sobre el país que inventó la Filosofía, la Literatura Clásica, las esculturas sin brazos y el turismo de ruinas. Un país señalado ahora por los gurús economistas como el alumno cateado y sin futuro, un país en apuros. Haber elegido esa prenda no salvará la economía de Grecia, pero me anima saber que todavía existen grandes marcas que rehúsan deslocalizar sus centros de producción. Procuraré estar más atenta.
Hace varios años, más concretamente desde que United Biscuits anunciara el cierre de la mítica fábrica de galletas Fontaneda de Aguilar de Campoo en Palencia, decidí leer más cuidadosamente el envase de los productos en el supermercado y premiar como consumidora, de la manera más modesta, a empresas que como el Grupo Siro han apostado por la producción y el crecimiento del tejido industrial a nivel nacional. Me preocupa saber a quién beneficia mi dinero y si mis decisiones pueden influir de alguna manera, entonces me siento responsable a la hora de elegir entre productos similares, aunque en muchas ocasiones resulta más complicado de lo que uno espera.
Una vez me propuse como reto en el Mercadona, tras observar cómo se etiquetan los productos cárnicos y pensando en nuestros ganaderos, comprar un paquete de filetes de ternera que fuera “nacida en España - criada en España”. Tardé alrededor de quince minutos en encontrarlo. Había empaquetadas vacas de cualquier región de Europa, incluso vacas de ida y vuelta: nacidas en España, criadas en Francia y devueltas aquí para el despiece. La responsable de la sección me preguntó preocupada si había algún problema con la carne. Después de comprobar lo lento y tedioso que resulta seguir la biografía de un ternero, terminé por conformarme con que el animal hubiera pasado algún tiempo por aquí.

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