Interiormente agitado es la diplomática manera que tenían los
griegos de llamar a aquellas personas idas, locas de atar, perturbadas, arrebatadas
o furiosas a las que yo prefiero llamar energúmenos, por no decir poseídos del demonio, que serviría
correctamente como acepción pero que su uso en el desarrollo de este post se me
antoja más largo de escribir.
De estos seres encontramos muchos
a diario. Tenemos energúmenos que deciden pasearse por la autovía en sentido
contrario, energúmenos que destrozan mobiliario urbano a la salida de un
partido, los hay que apuñalan a sus parejas y también hay energúmenos que
queman a sus hijos en la finca familiar. Reconozco que definir a estos seres
como personas interiormente agitadas se me antoja tan ridículo como lo sería calificar
a un terrorista de persona políticamente agitada. Los griegos se quedaron
cortos y por eso me quedo del lado de Santo Tomás de Aquino que los
diagnosticaba como endemoniados o poseídos del demonio y les recetaba
convenientes exorcismos.
Energúmenos como éstos ya sabemos
que abundan, pero el que me preocupa especialmente es el que le ha roto cinco
de sus dientes y una muñeca, con la hebilla de un cinturón, la pasada madrugada
a un joven miembro de mi familia cuando regresaba a su casa, y que de no ser por
la pareja de municipales que consiguió quitárselo de encima, quizá el post no hubiera
hablado de perturbados sino de asesinos. Sólo deseo que los exorcismos
contemporáneos que nuestra Justicia practica para este tipo de seres sean más
eficaces a la hora de barrer demonios de nuestras calles.