Hay tres cosas que con la llegada del verano me producen alergia: las picaduras de mosquito, el melón y las camisetas de tirantes. Hablo de esas camisetas de algodón que los hombres, a cierta edad, comienzan a llevar debajo de sus camisas y sin relación alguna con la estación en curso.
Aunque su función no la tengo
clara, en invierno abrigar más el torso del sujeto y en verano yo diría que lo
mismo, lo cierto es que la camiseta interior de tirantes le llega al hombre de
la misma manera que le llegan las canas y la tripita, sin quererlo y sin darse
cuenta. Y no hay vuelta atrás, cuando esta prenda perenne se cuela en el
armario de un hombre jamás vuelve a salir de él. Se instala, arraiga y florece
en tonos blanco, azul o marrón pálido, pues no se conocen por el momento otras
variedades, y al tiempo se le unen, de manera inexplicable, el sombrero de
paja, la gorra de propaganda, las zapatillas de rejilla y el llavero
balanceándose en el borde de los bolsillos.
Un erudito de la moda de
caballero, caballero fino y elegante como los de antes, afirmaba hace unos días
aborrecer la camisa de manga corta, desconocer quién fue su inventor y
aconsejaba firme y enojadamente desterrarla de los armarios. Inquisidor más
bien, a mi modo de ver las cosas, que anteponía anticuadas reglas de protocolo escritas
a la necesidad lógica de aligerar las prendas con la llegada del calor para
comodidad de quien las lleva. No tengo la más mínima intención de sugerir lo
mismo con respecto a esta camiseta, pero sí aconsejaría a quien la lleve en
verano que la camisa que la cubra, por favor, no transparente.
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