martes, 20 de diciembre de 2011

Con la música a destiempo

Siempre llego tarde a los conciertos y no es que me falle el reloj o tenga un problema con la puntualidad; sencillamente, cuando por fin me muero de ganas por disfrutarlos, el evento ya se ha celebrado.
Por regla general, intento alejarme de los tumultos. Las grandes concentraciones de personas me resultan siempre muy incómodas. Me producen un gran agobio porque tienden a despersonalizar al individuo, lo excitan, lo impacientan, y porque además temo las conductas irracionales contagiosas que las masas provocan en las personas. Quién no recuerda una procesión de la Semana Santa sevillana en la que los devotos fieles huían presa del pánico y se pisoteaban porque “alguien” había advertido de la presencia de un individuo armado y un supuesto tiroteo. O quién no se estremece ante el televisor al ver las caóticas entradas en tromba que en las rebajas de las grandes superficies estadounidenses terminan con decenas de heridos. Un concierto es la única aglomeración que consiento y tolero si cuento con el grado de motivación necesario. Entrar en sintonía con la masa bajo el vínculo de la devoción por un artista o grupo de música me hipnotiza en cierta manera y me inhibe de la tensión y sensación de extrañeza que me produce tal concentración de seres desconocidos. Ese gusto en común me transmite que algo nos une y que, por unas horas, nuestros sentimientos vibran en la misma frecuencia lo que me produce cierta tranquilidad. No es pues que la masa sea culpable de retrasar mis intenciones a la hora de decidir si debo acudir a un concierto, lo que ocurre es que quizá tenga un problema de asimilación con respecto a la música.
Mi motivación pasa por conocer a fondo un disco, saborearlo, masticar lentamente sus canciones y sobre todo, asociarlas a momentos vividos. Hacerlas casi propias, parte de mí misma, hasta el punto en que el inicio de un punteo sea capaz de ponerme la piel de gallina. Es entonces cuando la música y quien la interpreta me emocionan lo suficiente como para poder sucumbir a la masa, aguantar el roce inevitable de tanto desconocido y el olor del sobaco del de al lado si se tercia. Pero debo ser demasiado lenta porque para cuando eso ocurre, encuentro la mayoría de las veces que la gira ha concluido y que lo único que me queda es esperar, en el mejor de los casos, que el grupo o artista en cuestión cumplan un aniversario y lo celebren con un gran tour a base de emblemáticos éxitos. En el peor de los casos, que resucite.

1 comentario:

Juanan dijo...

La misma palabra, "música" que supongo se hará eco de aquellas musas de los tiempos de David, es la que infinitas veces puebla nuestra soledad. A la vez como bien dices, nos aísla de entre la masa que podemos en un momento respirar. ¿Qué es la vida sin música? ¿Un error? La música es el medio por el que se expresa el amor y la emoción. Bernstein daba nombre a lo innombrable y comunicaba con lo desconocido y quizás eso sea lo que te pasa a ti.
La música es libertad.