martes, 13 de diciembre de 2011

Como en casa

            De los innumerables placeres con los que mi alma disfruta, hay uno que depende completamente de la habilidad de los demás para lograrlo. Sujeto a la cualidad humana y al esfuerzo personal del anfitrión por compartir la intimidad de su espacio con otros, hablo del placer de sentirse como en casa.

Cuando alguien me invita a la suya, nunca puedo evitar hacerme una pregunta: “¿Molestaré?”. Y esta duda se debe a la sensación de invasión que experimento. Cuando alguien nos abre las puertas de su casa estamos invadiendo un espacio físico de su propiedad pero también, y más importante aún, su intimidad, siendo esto último lo más delicado. La relación anfitrión-invitado implica una serie de renuncias y protocolos por parte de ambos con el fin de adaptar las necesidades de las dos partes a un breve periodo de convivencia. La experiencia se convierte en una prueba de fuego para la amistad que, o bien se ve reforzada y los lazos se estrechan, o se pone una cruz de por vida sobre lo que días antes se consideraba una “pareja encantadora”, “un chico supereducado” o “unos suegros la mar de simpáticos”.
No es fácil abrir las puertas de tu casa, compartir la intimidad de tu hogar con otros, modificar tu rutina diaria y hacer que los demás se sientan cómodos. Admiro la capacidad de mis anfitriones para hacer todo eso y que resulte natural, sin adornos, sin pompa, sin exageraciones, como si un día mío en sus vidas fuera un día suyo cualquiera. En la nevera, lo que suele haber en la nevera. El orden, el de costumbre. Las comidas, sobre la marcha. Esa naturalidad para mostrar las cosas como realmente son me hace sentir cómoda en las vidas de otros y es en los silencios donde mejor puedo comprobarlo. Cuando entre dos personas se hace el silencio y ninguna se siente incómoda, la sensación es de estar entre familia, y cuando entre amigos se llega a este punto, uno se siente como en casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, he acumulado textos tuyos para leer, y en muchas cuestiones que planteas a lo largo de los artículos suelo sentirme muy de acuerdo. En este caso de los anfitriones y las casas ajenas y sentirse cómodo en ellas tengo una teoría, algo escatológica (ya me conoces), pero es un acto que marca un parámetro a partir del que por encima o por debajo de él se mide tu grado de confortabilidad. La sensación de no molestar, que posiblemente tiene que ver cuando no tienes una confianza total con alguno de los anfitriones (una pareja del que solo conoces bien a uno de ellos), provoca una sensación de estreñimiento. Ese acto al que me refiero es el de hacer de vientre en esa casa. A partir de ahí has ganado con los anfitriones un nuevo lazo, y la estancia se vuelve más agradable por tu parte, ya que al anfitrión le da igual tus visitas al servicio; ese problema es sólo del visitante. Seguro que hay otros indicadores de comodidad en las visitas, pero...
Y después le robas las cervezas.

Elena Cepeda dijo...

Completamente de acuerdo. Me parece una teoría genial.
Hablamos de una necesidad biológica que psicológicamente puede verse influenciada por ciertos entornos "hostiles". Es un síntoma que desde mi punto de vista también puede servir para evaluar cómo de incómodos nos sentimos en el espacio que compartimos con otros.

A mí podrías robarme las cervezas.