domingo, 17 de abril de 2011

Victoria tiene sus secretos, nosotras los nuestros.

Una primavera más, la televisión nos sorprende en alguno de sus informativos con las modelos de una firma de moda, ángeles les llaman, luciendo la colección de bikinis de temporada. Una noticia de gran interés público, desde luego, que viene a ser parte de un ritual publicitario y de carácter anual que, apoyado por la televisión y la prensa, entre los meses de marzo a junio nos recuerda a las mujeres que estemos pensando descubrir nuestros cuerpos al sol, cómo debemos prepararnos para aparecer en escena sin dañarle la vista a los demás.
La tarea resulta aparentemente sencilla, dada la cantidad de trucos y sugerencias que se nos proponen: vestuario estival seductor, bronceado de cabina, tablas de glúteos y abdominales, dietas exprés, cremas  anti-celulíticas, anti-arrugas, anti-estrías y anti-todo. Y nosotras, agradecidas por la antelación con que nos avisan, caemos una vez más en el síndrome “operación bikini”. Mirarse al espejo es el primer reto: calculamos con horror cuántos kilos debemos perder, qué tonalidad de piel debemos alcanzar y cuánto estirarla para parecernos a esos angelitos de catálogo. El segundo es encontrar la prenda de baño: nos preguntamos con asombro por qué le falta tela al bikini que nos estamos probando y lo que es más extraño, ¿por qué nos sienta mejor la ropa íntima que la de playa?, ¿es que los patrones no deberían ser los mismos?, ¿son realmente prendas tan diferentes?… Los indicios hablan por sí solos y nos damos cuenta enseguida de que una conspiración a nivel mundial pretende minar nuestra autoestima y es que, parece ser que la mujer, debido a estar reconocida tradicionalmente como un ente abnegado, sacrificado y con gusto por el detalle, puede y debe ser agresivamente inducida por la publicidad para adornar las playas y piscinas comunitarias de la manera más exquisita para satisfacción de… ¿de quién me pregunto yo?, ¿de sí misma? Porque nosotras, ante tanta presión, terminamos por no estar nunca satisfechas, y nuestras parejas, digamos que ya saben lo que hay, sería extraño que esperasen un milagro... ¿Resulta entonces que los únicos interesados en que tomemos rayos UVA, nos  untemos cientos de potingues, vayamos al gimnasio y vistamos bikinis imposibles de sujetar bajo las olas del Cantábrico, son aquellos que hinchan sus bolsillos como resultado de tanta “operación”?
Os propongo a aquellos que os sintáis víctimas de la ansiedad causada por los medios publicitarios, que este año observéis detenidamente qué tipo de cuerpos pueblan las playas, piscinas, embalses o ríos durante el verano. Descubriréis para vuestra tranquilidad que la variedad de formas enriquece el paisaje y que, como decía mi abuela: “La genética es la genética, o se tiene o no se tiene”.

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