No es extraño hojear los
titulares de la prensa, en un día cualquiera, y encontrarse con personajes como
Michael O’Leary, Consejero Delegado de Ryanair, saliéndose de plano. Lo verdaderamente
extraño es sorprenderse de que gente así exista. Ya sea por un comentario salido
de tono, un amplio corte de mangas al sistema tributario o el abuso de influencias,
por separado o todo a la vez, son muchas las cabezas poderosas que servirían de
ejemplo.
Que el señor O’Leary le apeteciese
convertir su Mercedes en un taxi, para beneficiarse de los carriles reservados
para los autobuses de Dublín y así ahorrarse los atascos, no debería dejar a
nadie con la boca abierta. Ya conocemos de sobra por aquí a unos cuantos que lo
hicieron con sus coches oficiales para ahorrarse el autobús escolar o llegar a
tiempo a la peluquería. Tampoco que prefiera darle un uso grosero a su lenguaje,
con frases como “camas gratis y mamadas” para describir los viajes en primera
clase, dejando claro que la buena educación no se consigue con diplomas. En su
día, algunos micrófonos abiertos también nos dejaron oír frases como “Hemos quitado un puesto
en Caja Madrid a un hijoputa”, por cortesía de Esperanza Aguirre, aunque
también hubo otras como Andrea Fabra que no lo necesitaron, prefiriendo soltar
un “¡Que se jodan!” a voz en grito.
La realidad es que para llegar a lo más alto se necesitan cualidades casi
siempre incompatibles con los principios éticos universales. Los honestos y los
humildes rara vez encabezan esos puestos, y los que lo consiguen no suelen dar
de qué hablar. La soberbia, en cambio, junto con la mentira, el cinismo y la
falta de empatía suelen dar mejores resultados cuando uno quiere estar por
encima de los demás. ¿De qué nos sorprendemos entonces cuando alguien como O’Leary
es portada y sus cualidades como persona salen a la luz?