martes, 23 de octubre de 2012

Cuando no hay consuelo


No es posible consolar cuando no hay consuelo, y sin embargo lo intentamos. Yo lo he intentado a las ocho de esta tarde, sabiendo de antemano cuán inútil resulta y quedándome con el sabor vacío de pronunciar palabras que no ayudan.
Palabras huecas que resuenan en las paredes de cualquier tanatorio. Un lugar, como los hospitales, al que llevo de muy mala manera tener que acudir. La tristeza que ambos transmiten se me mete como el frío de la niebla en en el cuerpo y cuesta hacerla salir, pero lo que peor llevo es la impotencia que me causa estar por estar. Y digo estar por estar porque la presencia de las personas rara vez ayuda en cualquiera de estos dos lugares, no resuelve el problema. Acudimos, permanecemos, nos despedimos, pero la enfermedad y el dolor se quedan.
Mis compañeras de trabajo han perdido a una madre, todavía joven, tras duros meses de luchar contra la leucemia. De mi boca no ha salido un “te acompaño en sentimiento”, os lo garantizo, sino “Menuda gran putada. Que no nos toque a nadie lo que estáis pasando vosotras”. Y es que, humano como es, no dejaba de pensar en que todos los allí presentes suspirábamos en realidad con cierto alivio porque en el sorteo de la muerte nuestros números y los de aquellos a quienes más queremos seguían sin salir. La vida continuaba ahorrándonos ese duro trago, esa gran putada para la que no hay consuelo posible y que lo único que quizá alivie a quien la  padece sea reconocer humanamente lo que es.
Ya de camino al coche, sacando conclusiones como de costumbre, volví a reafirmarme en mis principios, macerados tras varias experiencias similares. Que la vida es para exprimirla cada día, desde el instante en el que nuestros ojos despiertan, ya es vida. Que hay que disfrutar el instante, porque del presente somos dueños y el futuro no nos lo garantiza nadie. Y que las cosas importantes no se deben hacer esperar si es posible hacerlas en el momento que vivimos. Lo siguiente que hice fue conectar el manos-libres y llamar a mi madre.

1 comentario:

Jabit dijo...

Suscribo todo lo que dices. Siempre que pasa algo de esto que cuentas hace que te replantees la vida. Es inevitable. Besote